Cuando Stanislawa Leszczyńska se convirtió en partera por primera vez, nunca hubiera imaginado que algún día la sacarían de su casa en Polonia, donde caminaba millas para dar a luz a sus bebés, y a la pesadilla de la vida real de Auschwitz.
Después del asesinato de su esposo en Polonia y el traslado forzoso de su hijo a otro campo de trabajo, Stanislawa y su hija ingresaron a Auschwitz con una sola esperanza: sobrevivir.
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Sin embargo, poco después de su llegada, Stanislawa comenzó a darse cuenta de que su particular conjunto de habilidades como partera podría ser su gracia salvadora.
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Los cuarteles de mujeres en Auschwitz no se instalaron ni siquiera para la atención médica básica, y mucho menos para el cuidado de mujeres embarazadas y sus bebés. Stanislawa fue pragmática e ingeniosa, y aseguró que las camas más cercanas a la estufa de la barraca, que podían ser las más cálidas, estaban reservadas para la 'sala de maternidad'.
Muchas mujeres fueron traídas a Auschwitz embarazadas, algunas quizás ni siquiera se habían dado cuenta, y para Stanislawa, asegurar la salud de la madre y su bebé a menudo significaba hacer sacrificios.
También se vio obligada a instruir a las mujeres para que hicieran sus propios sacrificios: unas semanas antes de que la mujer diera a luz, la partera les decía que renunciaran a su ración de pan para intercambiar por sábanas, que se usarían como pañales y pañales para el bebé. Si las sábanas no se obtenían a tiempo, a menudo se envolvía a los bebés en papel sucio.
A pesar de los horrores que la rodean, la única preocupación de Stanislawa Leszczyńska cuando una mujer se puso de parto fue hacerla sentir segura y cómoda, tal como lo había hecho en Polonia ayudando a las mujeres en trabajo de parto en sus hogares.
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Las mujeres que estaban en el cuartel con Stanislawa recordaban que se pasaba la noche despierta con una mujer tras otra, casi nunca descansando. Ella era una presencia tranquila, serena y firme para todas las mujeres allí, y muy pronto todos la llamaron Madre.
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